La guerra tiene mucho de simbolismo, de publicidad, de propaganda. Abu Mohamed al Julani, nombre de guerra del líder de la organización islamista suní Hayat Tahrir al Sham (HTS), ha aprendido de todo esto en la última década. Allá por finales de 2013, cuando una amalgama sin fin de fuerzas rebeldes sirias había arrebatado ya al régimen de Bachar el Asad un buen pedazo de territorio, Al Julani concedió una entrevista al periodista sirio de la cadena catarí Al Jazeera Taysir Aluni, odiado y perseguido en Washington por haber conversado tras el 11-S con Osama Bin Laden. En la charla, Al Julani no quiso mostrarse ante la cámara. Su rostro permaneció oculto durante varios años, aquellos en los que el hombre que ha liderado la ofensiva que ha derrocado a la dictadura en un puñado de días, era sinónimo de Al Qaeda, el grupo terrorista más temido en Occidente. Este domingo, Al Julani, a cara descubierta, se ha dado un baño de masas en la Gran Mezquita de los Omeya de Damasco, la capital siria, el templo al que acudió a rezar El Asad, junto a las cámaras de televisión, en tantas ocasiones. Este último ha huido y se ha refugiado en Moscú. El golpe ha sido extraordinario.
El líder de HTS, ligado a Al Qaeda en el pasado, ha viajado desde la clandestinidad del yihadismo a ser el rostro público de la victoria militar frente a El Asad
La guerra tiene mucho de simbolismo, de publicidad, de propaganda. Abu Mohamed al Julani, nombre de guerra del líder de la organización islamista suní Hayat Tahrir al Sham (HTS), ha aprendido de todo esto en la última década. Allá por finales de 2013, cuando una amalgama sin fin de fuerzas rebeldes sirias había arrebatado ya al régimen de Bachar el Asad un buen pedazo de territorio, Al Julani concedió una entrevista al periodista sirio de la cadena catarí Al Jazeera Taysir Aluni, odiado y perseguido en Washington por haber conversado tras el 11-S con Osama Bin Laden. En la charla, Al Julani no quiso mostrarse ante la cámara. Su rostro permaneció oculto durante varios años, aquellos en los que el hombre que ha liderado la ofensiva que ha derrocado a la dictadura en un puñado de días, era sinónimo de Al Qaeda, el grupo terrorista más temido en Occidente. Este domingo, Al Julani, a cara descubierta, se ha dado un baño de masas en la Gran Mezquita de los Omeya de Damasco, la capital siria, el templo al que acudió a rezar El Asad, junto a las cámaras de televisión, en tantas ocasiones. Este último ha huido y se ha refugiado en Moscú. El golpe ha sido extraordinario.
Al Julani, de nacionalidad siria, nacido según algunas biografías con el nombre Ahmed Husein al Shara en Arabia Saudí, en alguna fecha entre 1975 y 1979, de padres exiliados sirios, es, ante todo, un veterano de guerra. Tras pasar su juventud ya de vuelta en Siria, en 2003, lanzada la ofensiva e invasión de Estados Unidos de Irak, atravesó la frontera oriental hacia el país vecino para combatir a las tropas norteamericanas. Es ahí donde empieza su vínculo con la rama iraquí de Al Qaeda. Según el relato de medios árabes, Al Julani llegó a ser apresado por militares estadounidenses en suelo iraquí, una seña de identidad que casi ha marcado a fuego la biografía de muchos de los militantes de Al Qaeda, primero, y el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés), después.
En aquella entrevista con el reportero de Al Jazeera, Al Julani estaba al frente de Jabhat al Nusra, grupo armado yihadista vinculado orgánicamente, como su punta de lanza en Siria, a Al Qaeda. Él mismo había jurado lealtad al por entonces líder de la red terrorista, el egipcio Ayman al Zawahiri. De espalda a la cámara, Al Julani afirmó lo siguiente: “La batalla está casi terminada, hemos cubierto alrededor del 70% de ella, y lo que queda es poco. Alcanzaremos la victoria pronto”. No fue así. Washington ya lo había incluido por entonces en su lista de sancionados por sus vínculos con el terrorismo. En mayo de 2017, puso precio a su cabeza: 10 millones de dólares por información sobre su paradero. La recompensa sigue en vigor.
La campaña yihadista emprendida por Al Julani —tanto Naciones Unidas como Human Rights Watch han acusado a su grupo armado de detenciones arbitrarias, abusos y torturas—, que siempre expresó como objetivo principal la derrota del régimen, sin olvidarse en sus prédicas de atacar a las monarquías del Golfo e Irán, fue en paralelo a la ofensiva terrorista de Abubaker al Bagdadi al frente del Estado Islámico de Irak por aquel entonces. Los dos, ligados a las aspiraciones de Al Qaeda en Siria, tenían agendas muy diferentes. El primero quería amasar una victoria regional; el segundo, poner en marcha una suerte de califato.
Al Julani quiso así poner distancia con Al Bagdadi y su proyecto yihadista y rompió su alianza en abril de 2013. Tres años después lo haría con Al Qaeda y Al Zawahiri. Mientras el ISIS ponía en marcha una maquinaria del terror en el norte y este del país y montaba una célula para atentar en el extranjero, Al Julani centró las actividades de sus hombres en la guerra al ejército sirio, otras facciones rivales —entre ellas también unidades de Al Bagdadi— y en la conquista de territorio en torno a Idlib, Hama y Alepo. En enero de 2017, firmó nuevas alianzas con grupos rebeldes armados (Nur al Din al Zinki, Liwa al Haq, Jaysh al Sunna…) para formar HTS. Las estimaciones más bajas de combatientes están en una horquilla entre los 12.000 y 15.000. Las más altas superan los 30.000 efectivos.
En su penúltima entrevista con un medio extranjero, el pasado viernes, sentado frente a una periodista de la cadena estadounidense CNN, en otro giro cargado de pragmatismo político, Al Julani habló de gobierno e instituciones, del respeto a las minorías del país. Y de su grupo, HTS: “Puede disolverse en cualquier momento. No es un fin en sí mismo, sino un medio para realizar una misión: enfrentarse al régimen.”
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