Cómo la interconexión de crisis geopolíticas acabó con El Asad en Siria

Lo que intentó infructuosamente un levantamiento popular en 2011 lo consiguió en 2024 la confluencia de grandes crisis geopolíticas. El repentino colapso del régimen dictatorial de Bachar el Asad en Siria es un ejemplo asombroso de la interconexión de las grandes convulsiones que agitan el mundo. Su caída se debe al debilitamiento —en dos frentes distintos, pero comunicantes— de sus principales aliados. Rusia sufre el enorme desgaste de su invasión en Ucrania. Irán y Hezbolá, el debilitamiento producido por los golpes de Israel en su reacción al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023.

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 El debilitamiento de Rusia, Irán y Hezbolá ha precipitado la caída del régimen. La inestabilidad se proyecta hacia Teherán, alterando sus cálculos nucleares, y Yemen, cerca de aguas de gran importancia comercial  

Lo que intentó infructuosamente un levantamiento popular en 2011 lo consiguió en 2024 la confluencia de grandes crisis geopolíticas. El repentino colapso del régimen dictatorial de Bachar el Asad en Siria es un ejemplo asombroso de la interconexión de las grandes convulsiones que agitan el mundo. Su caída se debe al debilitamiento —en dos frentes distintos, pero comunicantes— de sus principales aliados. Rusia sufre el enorme desgaste de su invasión en Ucrania. Irán y Hezbolá, el debilitamiento producido por los golpes de Israel en su reacción al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023.

Irán, como es notorio, provee importante apoyo militar al Kremlin en su ilegal ofensiva de Ucrania. Ambos mantuvieron de pie al régimen de El Asad durante años. Los tres formaban parte de la heterodoxa galaxia de regímenes que van estrechando filas en un intento de reformular el orden mundial de manera más favorable a sus intereses. China es el mayor sostenedor tanto de Rusia —por la vía de la inyección de fundamental oxigeno comercial— como de Irán —al que compra grandes cantidades de su crudo sorteando las sanciones de Estados Unidos—. Pero el régimen de El Asad estaba completamente podrido, y una Rusia y un Irán muy debilitados ya no pudieron sostenerle. Sus adversarios —una mezcla de actores en la cual destacan islamistas radicales y milicias respaldadas por Turquía— lo entendieron todo perfectamente.

El episodio tiene enormes consecuencias geopolíticas, que pueden parecer regionales, pero que en realidad tienen alcance global. De entrada, porque rompe la continuidad territorial del “eje de resistencia”. Teherán pudo contar con una fluida proyección hasta el Mediterráneo gracias a un Irak en manos de facciones chiíes, la Siria de El Asad, y Hezbolá en Líbano. El asunto complica la capacidad de abastecimiento de la milicia chií libanesa. Después, porque afecta la proyección en la región de Rusia, que contaba en Siria con bases aéreas y naval gracias a la total complicidad de El Asad. Y, además, mueve la tierra debajo de los pies de otros integrantes del “eje de resistencia”.

Estas premisas trazan perspectivas de interés global. La primera es el nuevo incentivo que tiene Irán para dotarse del arma nuclear ante su manifiesta situación de debilidad. Esta senda sería sumamente inquietante, y más aun teniendo en cuenta que pronto se instalará en la Casa Blanca Donald Trump, que en su anterior mandato levantó el pacto nuclear sellado por Obama y que no parece perfilarse como un gestor especialmente estable de esa situación.

La segunda perspectiva es la de Yemen, otro país inestable en el que tal vez los hutíes, miembros del debilitado “eje de la resistencia”, podrían sufrir las consecuencias del cambio de equilibrios en la región. Su posición ante una estratégica vía marítima otorga relevancia mundial a esa inestabilidad, con China como actor especialmente interesado, ya que muchas de sus exportaciones pasan por ahí, y que su economía pierde fuelle.

La zona se halla en un interregno. EE UU no tiene la influencia que tuvo en otras fases. Su acción —desde la ilegal invasión de Irak de 2003 hasta el lamentable apoyo a las operaciones militares de Israel— y su necesidad de centrarse en otros frentes han desgastado su proyección en la región en los últimos lustros. Pero es previsible que Trump dará un fuerte apoyo a planes colonizadores de Israel y a un entendimiento entre este y Arabia Saudí. Rusia es incapaz de proyectar influencia. Una China en dificultades económicas no parece tener interés en desgastarse en es polvorín.

El episodio recuerda que, en tiempos de gran turbulencia geopolítica, los cambios pueden ser imprevisibles y abruptos. Regímenes que parecían relativamente estables pueden desmoronarse en días. Situaciones enquistadas durante lustros, como la del Nagorno Karabaj, se decantan también en días. Vivimos en un estado de profunda convulsión. Todos los actores escrutan el horizonte para aprovecharse de los desequilibrios, de los momentos de inestabilidad. Hay elementos para creer que la agitación de Oriente Próximo no ha terminado. Bejamín Netanyahu dejó claro que tenía un plan de reordenación del tablero regional. Dejó entender que el cambio de régimen en Irán podría llegar antes de lo que muchos esperaban. El tiempo dirá. Pero lo que está claro es que el odio que ha sembrado su bárbara reacción al ataque de Hamás no desaparecerá. Un elemento más de la convulsión provocada por crisis interconectadas.

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