¿Quién quiere comprar el Valencia?

<p>Justo antes de dar por cerrada su primera etapa como presidenta del Valencia en diciembre de 2016, <strong>Layhoon Chan</strong> dejó una frase para la historia:<strong> «Yo soy Peter Lim»</strong>. Justificaba así que todas sus decisiones estaban avaladas por el máximo accionista. Tras la junta de accionistas de 2024, esa frase volvió a cobrar sentido cuando la presidenta viró su discurso habitual, medido y aséptico, sin salirse del guión Meriton, para <strong>abrir la puerta a una posible venta</strong> del paquete accionarial del empresario. </p>

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 El club, por primera vez en diez años, está en venta. Le colgó el cartel la presidenta Layhoon Chan para confirmar todos los síntomas. Falta precio y comprador. O quizá no. La continuidad en Primera es esencial para abortar la política de tierra quemada  

Justo antes de dar por cerrada su primera etapa como presidenta del Valencia en diciembre de 2016, Layhoon Chan dejó una frase para la historia: «Yo soy Peter Lim». Justificaba así que todas sus decisiones estaban avaladas por el máximo accionista. Tras la junta de accionistas de 2024, esa frase volvió a cobrar sentido cuando la presidenta viró su discurso habitual, medido y aséptico, sin salirse del guion Meriton, para abrir la puerta a una posible venta del paquete accionarial del empresario.

«No he oído hablar de ninguna oferta. Si es muy atractiva, seguramente la estudiará. No tiene ninguna prisa en vender«, deslizó para añadir: «El Peter Lim que yo conozco no vende baratos sus activos».

Si Layhoon era en 2016 Peter Lim, sus palabras colgaron un cartel de ‘Se vende’ sobre el escudo del Valencia, una opción negada de todas las maneras posibles desde que arrancó el runrún en 2020, cuando el dueño puso en marcha el proyecto de «sostenibilidad» que ha estrangulado al equipo hasta llevarlo al borde del descenso. Pese a que los indicios encaminaran hacia ese horizonte de cambio de propiedad, Meriton la negaba… hasta este jueves 19 de diciembre.

Una década después, Lim se ve obligado a salir. Sin interés por invertir, con la afición clamando contra él y el equipo condenado a la mediocridad -no le sienta en la mesa de los ricos de Europa-, no encuentra beneficio en seguir en LaLiga. El margen de negocio en la compraventa de jugadores es escaso y el pastel inmobiliario del club ya no da ni para pagar el nuevo campo.

Sin embargo, como recordaba Layhoon en un alarde de sinceridad nacido del hastío de dirigir un negocio donde nadie la quiere, Peter Lim no vende barato. El Valencia valía menos con el enredo urbanístico tras la caída de la ATE y para deshacerlo envió a la presidenta. Reconciliado con las instituciones desde la llegada al Gobierno municipal del PP, arrancar las obras el 10 de enero es la obsesión, lo que pasa por conseguir dinero para ello sin que salga de su bolsillo.

Todo está encarrilado, aunque las consecuencias de endeudamiento sean impredecibles, y las condiciones para una venta al precio «atractivo» están sobre la mesa. Falta conocer al comprador y precio. O quizá sólo hasta eso esté hablado aunque no haya trascendido aún.

Hay un parámetro que nadie entiende que no afecte al precio: jugar en Primera División. Un descenso hace menos atractivo a un club y hay pocas, por no decir casi ninguna, opción de comprar un equipo en la máxima categoría del fútbol español. Las transacciones se han multiplicado en Segunda y Primera RFEF y, desde ahí, se aspira a crecer. Abandonar al Valencia a su suerte deportiva, a Rubén Baraja y a los jugadores que pueden dar rendimiento deportivo y económico, puede restar valor a la oferta que venga, si es que no hay una apalabrada que contemple ese escenario.

Sólo eso explicaría la naturalidad con la que en los despachos del club se contempla la posibilidad real de descenso. Nadie se inmuta demasiado. La directora financiera, Inma Ibáñez, como es su obligación, tiene estudiado el escenario económico en Segunda y lo califica de «llevadero» y nadie mueve un dedo, porque desde Singapur no se permite, para reforzar a un equipo que pide a gritos ayuda.

Una vez más, sólo la encontrará en Mestalla. Es un servicio más que tiene que prestar la feligresía pese a la zozobra y la ansiedad para sostener a su equipo en Primera y para que, al menos, Lim en su huida no pueda aplicar una política de tierra quemada. Y porque el orgullo de valencianista, heredado y cultivado, no se vende.

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